Existe el mito de que la habilidad para ser bueno en matemáticas es genética, pero la realidad es otra.
La habilidad para las matemáticas, como la inteligencia en general, responden más al trabajo duro y al esfuerzo que a una realidad dada e inmutable. Ahora bien, nadie podría ser tan bueno en las matemáticas como por ejemplo Terence Tao, un famoso prodigio de las matemáticas de UCLA, sin importar que tan duro lo intente y qué ta buenos profesores haya tenido. Pero para las matemáticas que enseñan enlas escuelas, el talento innato es simplemente mucho menos importante que el trabajo duro, la preparación y la confianza en uno mismo.
Miles Kimball y Noah Smith son profesores de matemáticas para niños que a lo largo de sus años como docentes han notado el siguiente patrón:
1. A clases llegan niños con diferentes niveles de preparación. Algunos de estos niños tienen padres que los han entrenado en matemáticas desde muy temprana edad, mientras que otros nunca han recibido ese tipo de educación por parte de sus padres.
2. En las primeras pruebas, los niños con mejor preparación obtienen notas perfectas, mientras que los niños sin preparación sólo obtienen lo que pudieron descifrar en esos primeros intentos. Quizás obtienen el 80 u 85%, una nota decente.
3. Los niños sin preparación, sin darse cuenta que las mejores notas las sacan quienes están mejores preparados, asumen que hay una capacidad genética que determina sus diferencias en resultados. Así, deciden que “no son personas de matemáticas,” por lo que no lo intentan con todas sus fuerzas en las clases a seguir, quedando atrás.
4. Los niños mejor preparados, sin darse cuenta que a los otros estudiantes simplemente les faltó preparación, asumen que son “personas de matemáticas,” y se continúan esforzando, fortaleciendo su ventaja.
Así, la creencia de que hay una capacidad para las matemáticas que no puede ser alterada se vuelve una profecía auto cumplida.
La idea de que la capacidad matemática es mayoritariamente genética es una faceta muy oscura de una falacia incluso más grande: que la inteligencia es mayoritariamente genética. Las revistas académicas de psicología están repletas de estudios sobre la visión de mundo que subyace detrás de este tipo de profecías auto cumplidas como la que acabamos de describir. Por ejemplo, la sicóloga Patricia Linehan de la Universidad de Purdue escribe que los estudiantes con una orientación “Incremental” (que creen que la capacidad (inteligencia) es maleable, y se incrementa con el esfuerzo tienen por lo general mejores resultados que los estudiantes con una orientación de “Entidad” que creen que la inteligencia no es maleable, sino que es una característica fija del ser que no aumenta con el esfuerzo.
Los psicólogos Lisa Blackwell, Kali Trzesniewski, y Carlo Dweck hicieron un experimento en el que no solo le presentaron a estudiantes las dos alternativas para determinar las creencias de las personas acerca de la inteligencia sino que fueron más allá.
Intentaron luego convencer a un grupo de estudiantes de los primeros años de la secundaria pertenecientes a una minoría pobre de que la inteligencia era algo altamente maleable y que podía ser desarrollada a través de trabajo duro y que eran los estudiantes quienes estaban a cargo de este proceso de cambio.
¿Los resultados? El convencer a los estudiantes de que podían volverse ellos mismos más inteligentes gracias a su propio esfuerzo los llevó a esforzarse más y a obtener mejores notas. (Hubo un grupo de control, a quienes se les enseñó cómo funcionaba la memoria que no mostró mayores beneficios.)
Así que es importante que no alimentes la creencia en tus hijos de que la habilidad para las matemáticas es genética. No alabes “la inteligencia”. Alaba el esfuerzo. No refuerces la idea de que son “tontos” o “inteligentes”. Refuerza la idea de que la inteligencia puede aumentar por medio del trabajo duro y la dedicación. Así como la habilidad para los números.
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